Tríada que se muerde la cola
Hay que poner las cartas sobre la mesa. En esto del noveno arte, ni me lo he leído todo, ni me lo leeré todo. También he llegado tarde a muchas cosas, lo que no me ha impedido disfrutarlas. En definitiva, no aspiro a pope, que para eso ya están algunos dependientes de nuestras queridas librerías especializadas. He llegado tarde, por ejemplo, a Planetary (Norma), esa obra maestra de la ciencia-ficción que cuando la lees, es como si te hubieras leído todos los cómics de los géneros bastardos a los que rinden homenaje sus artífices, Warren Ellis y John Cassaday. Su lectura ha coincidido con la gozosa visión (ay, espero que González-Sinde no siga este blog y ate cabos) de dos series de TV que también protagonizan arqueólogos de lo desconocido, de lo oculto. Así, amigos, en mi mente ha anidado estos días de primavera naciente la siguiente Santísima Trinidad, que como es sabido es tres y una:
Los puristas dirán: "Chalao, cómo osas mezclar la profundidad de Planetary con el infantilismo de lo otro". Pero a éstos se les puede achantar fácilmente recordándoles que uno de los objetos más nocivos a los que se enfrentan los chicos de Warehouse 13 es, nada más y nada menos, que la máquina de escribir de la poetisa Sylvia Plath, cuyo poder consiste en crear una honda melancolía en quien se tope con ella. ¿No es bonito eso?